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COLABORACIóN / Javier Guerrero, New York University/ Gran Cine / Martes 01 de Enero
La Habana fuera de foco
La Habana fuera de foco
El film de Fina Torres, "Habana Eva", se presentó en el Festival Internacional de Cine Latino de Nueva York
En el 2008, cuando Fina Torres volvió de Cuba tras filmar Un té en La Habana –como inicialmente se titulaba el film Habana Eva–, se corrió un rumor. Aparentemente, una vez en Caracas, el equipo había descubierto en sala de edición que el material filmado estaba totalmente fuera de foco. Sería necesario, entonces, volver a la isla para una vez más rodar la película. El reciente estreno de Habana Eva aclaró los rumores de hace dos años. Según la directora, la cámara ofrecida por la Villa del Cine (coproductor venezolano del film) no cumplía con los requisitos del rodaje, razón por la que la producción decidió alquilar una cámara HD. Las condiciones propias del soporte electrónico, su fragilidad, así como la impericia en el manejo de la cámara, hicieron que algunas imágenes del film estuvieran fuera de foco. Fue necesario, como se rumoreó, volver a La Habana por ocho días pero únicamente a fin de rehacer algunos planos que habían sido afectados por las adversidades, técnicas y humanas, del primer rodaje. No se trataba entonces, como aseveraban los rumores, del film completo. El pasado viernes 30 de julio, Habana Eva se presentó en el Festival Internacional de Cine Latino de Nueva York, proyección paralela a su estreno mundial en territorio venezolano. Pese a que el rodaje adicional se proponía corregir los errores, el film –a mi modo de ver–, continúa fuera de foco. En varios planos e incluso escenas, su foco vacila, la imagen pierde y retoma su nitidez, se empaña, se vuelve brumosa. En diversas oportunidades, noté las fallas ocasionales de la cámara y las correcciones de la edición. Sin embargo, no quiero detenerme en este aspecto técnico que, a mi juicio –quizá no el de otros críticos–, resulta menor, comprensible, un error proporcional a una industria incipiente como lo sigue siendo la industria cinematográfica venezolana. Lo que sí quiero plantear es que la película de Fina Torres está fuera de foco en más de un sentido. De allí, el comienzo de esta reseña. Habana Eva es una comedia filmada en La Habana que cuenta la historia de Eva (Pakriti Maduro), una empleada de costura en una fábrica de vestidos de novia. Ella sueña con casarse pero su novio, Ángel (Carlos Enrique Almirante), no termina de construir una habitación en la azotea de un edificio. Además, Eva fantasea con ser diseñadora de moda, tiene grandes talentos como costurera, y pronto en la película se debate entre dos amores: su novio y Jorge (Juan Carlos García), un venezolano nacido en Cuba que secretamente ha vuelto para fotografiar los edificios de su familia en el exilio, desde donde en un futuro piensa reclamar las propiedades perdidas. Por otro lado, las dos tías del fotógrafo son verdes, literalmente verdes. Ellas son las únicas que han permanecido en Cuba resguardando sus propiedades. La metáfora es sencilla: ambas mujeres pertenecen a una burguesía, ya barrida, que enmohecida continúa prendada a las villas coloniales de La Habana. Estas tías, por su parte, han tenido siempre un sueño: abrir un salón de té en su mansión, ya venida a menos, y es Eva quien logra conjugar sus sueños con el de las tías verdes: abrir un salón de té en el que se hagan desfiles de moda con vestidos diseñados por la mismísima. Torres vuelve a la estructura del cuento de hadas, a la narración de la fábula de la cenicienta, abordada ya en Mecánicas celestes, para contar esta nueva historia. Pero el procedimiento se lleva a cabo borrando los excesos mágicos que impregnaron esa otra película de la directora. El film fotografía La Habana vieja, desgastada, resalta su glamour caribeño, y sobre todo, el ‘calor’ (sensual, sexual) de la isla. No obstante, el film incluye a dos personajes (las tías) con los que recurre a esta magia caribeña, convocando incluso un procedimiento propio del realismo mágico latinoamericano. Aquí, Habana Eva comienza a peder foco. Por un lado, repite los recursos que ya la propia comedia cubana del período especial desgastó: la ingeniosidad del habitante de la isla para sobrevivir a las adversidades, la manera en que con humor el cubano se adapta a la necesidad. Por el otro, recrea la historia de una isla mágica en la que una cenicienta, rebelde y talentosa, desea casarse pero antes descubre que tiene un sueño: ser diseñadora. Fina Torres despolitiza a La Habana al hacerla un espacio mágico, incluso aún más que su antecesora Mecánicas celestes, pues al dosificar los recursos mágicos explícitos, desdibuja el cuento de hadas volviendo mágica a la ciudad. El film, entonces, opera paradójicamente sobre La Habana. Despolitiza a Cuba –con la idea, imagino, de despolarizarla–, pero, a la vez, repite la codificación ya desgastada por el propio cine cubano. Incluso, añado, vuelve sobre los pasos de la representación que erotizan a Cuba, como es el caso de la cita explícita a Buena Vista Social Club, o a la mirada del turista. Pero el film pierde el foco aún más. Fina Torres, en su intención de representar a La Habana, no sólo la despolitiza sino que hace de ella un territorio colonial donde las fantasías de la Hacienda son exploradas sin el menor guiño crítico. Ya Oriana visitaba estas narrativas de la hacienda, cuando la sobrina vuelve a reclamar su propiedad. En Habana Eva no sólo el fotógrafo hace lo suyo, sino que finalmente la apertura del salón de té en La Habana junto al desfile de moda hacen de la ciudad una fantasía colonial. Torres coloniza La Habana, la vuelve europea –el té ¿inglés? servido en tazas alemanas–, o más bien, la afrancesa –la moda, los personajes más que té toman vino–. En la rueda de prensa de la premiere del film en Caracas, la realizadora citó su añoranza y afecto por la ciudad, visitada por ella durante un viaje en los ochenta a propósito de su film Oriana. Habana Eva es una fantasía colonial de La Habana, melancólica. La fiesta a la que Eva y su amiga Teresa (Yuliet Cruz) acuden, donde logran encontrarse con turistas, refuerza la fantasía de la isla-burdel, de la hacienda colonial. Pero Habana Eva va más allá. El feminismo que invoca se sale de foco. Si en Oriana la sobrina volvía, en Mecánicas celeste la cantante se iba, huía el día de su boda; aquí la protagonista se quiere casar. El giro ‘feminista’ de Torres parece estar en la decisión de casarse con ambos. Lo que sucede es que no sólo este gesto le da más fuerza al matrimonio, en su condición de institución heterosexista, sino que, a pesar de querer desesencializarlo, lo convierte en la narrativa femenina por excelencia. Las historias de Eva, Teresa e incluso las tías –quienes nunca se casaron y eso las hace solteronas–, giran en torno a esta narrativa. En Habana Eva no hay nada subversivo en el trío –a diferencia, por ejemplo, de films como Y tu mamá también o Marie-Jo y sus dos amores–. El gesto rebelde de Eva, por el contario, la domestica; el cambio de Eva la vuelve dócil, la ‘feminización’ de La Habana la detiene en el tiempo. Quedarse con ambos, sin embargo, podría pensarse que es como elegir lo mejor de ambos mundos (¿el capitalismo y la revolución?). En este último sentido, Torres no resuelve la polarización, la acentúa despolitizándola –polarizar es despolitizar–, y consolidando sus fantasías coloniales. Finalmente, Habana Eva también pierde el foco en cierta transgresión sexual presente en Mecánicas celestes. Torres abandona la diversidad sexual acentuada en la fábula de la cenicienta en París o a la relación incestuosa de Oriana, y despolitiza el cuerpo de esta Eva tercermundista. No suelo hacer comentarios sobre las actuaciones. No porque no formen parte del film, sino porque me resulta difícil verbalizar una crítica sin alabar o no el trabajo de un actor o actriz. No obstante, quiero resaltar las actuaciones de Prakriti Maduro como Eva y las del resto del elenco cubano –en especial la de Carlos Enrique Almirante (Angel)–. No así la del otro actor venezolano, Juan Carlos García (Jorge). El cine venezolano de esta década parece anacrónico. Esto es –salvo importantes pero poquísimas excepciones, lo que uno siente cuando ve los films de Venezuela en relación a otras cinematografías latinoamericanas. Si los noventa exotizan y despolitizan la pantalla, los setenta y ochenta siguen siendo las mejores décadas de esta cinematografía. A pesar de mi apreciación, al público de la sala de Nueva York pareció gustarle la historia de esta cenicienta habanera. Aunque la función no fue muy concurrida, el público presente agradeció y aplaudió el film venezolano. Así mismo, disfrutó la presencia de la actriz Prakriti Maduro en esta edición del Festival.