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WWW.NOTICINE.COM / Frank Padrón / Martes 01 de Enero
A la pesca de corales en el Festival habanero
A la pesca de corales en el Festival habanero
El autor de este artículo revisa algunos de los filmes latinoamericanos que compiten en el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana
Si bien hasta ahora no era muy frecuente las obras en concurso en la 29º edición del Festival habanero, a estas alturas, por el contrario, poco resta por exhibir. Valoremos algunas de ellas: Cobrador: In God We Trust, de Paul Leduc (Frida, naturaleza viva) es uno de esos títulos que aspira a alguno de ellos en la categoría de ficción, y marca el regreso del mexicano a las andadas fílmicas tras 17 años sin filmar; parte de varios relatos del prestigioso narrador brasileño Rubem Fonseca para enlazar historias en diversos puntos del planeta, sobre todo de América Latina: Buenos Aires, el DF, Río de Janeiro y Nueva York son las grandes ciudades donde un joven negro, un sesentón blanco y una atractiva fotógrafa protagonizan personajes diversos que realizan otras tantas acciones; como puede apreciarse, el enlace y la dramaturgia de estos seres e historias nada tienen que ver con la manera en que las concibe un coterráneo de Leduc (González Iñárritu, en su reciente Babel, por ejemplo) y aunque a veces sintamos cierta desconexión entre los mismos, lo cierto es que esta denuncia sobre la violencia cotidiana –personal, social, política o todas juntas— encuentra en el nuevo film del también realizador de Latino, una deslumbrante puesta en pantalla donde la cámara lo mismo proyecta los grandes espacios que caracterizan las monumentales urbes donde transcurre la narración, como los no menos importantes ambientes íntimos donde también ella se desplaza, con la complicidad de una fotografía ora intimista y umbrosa, ora plena de colores vivos y absolutos. El realismo de las historias, el logrado clima de suspense, la coherencia entre los aparentemente irrelacionados casos y las estimables actuaciones (Lázaro Ramos, Peter Fonda, Antonella Costa…) son otros de sus méritos. Rivaliza con el mexicano Leduc la joven argentina Ana Katz, quien en su film (que también protagoniza) Una novia errante se inserta dentro de esa recurrente línea del Nuevo cine argentino encaminada a radiografiar la cotidianidad, esas circunstancias comunes y corrientes en las que, frecuentemente, apenas se repara; esta vez, tras una discusión, los integrantes de una pareja toman rumbos diferentes y aún cuando habían planeado pasar juntos unas vacaciones en un balneario del interior, sólo lo hace ella: sus constantes llamadas al novio que permaneció en Buenos Aires, las gentes que conoce (sobre todo, un amable y obeso arquero), la manera en que enfrenta el “quilombo” de una inminente ruptura, constituyen la médula de esta cinta que concentra de modo acertado el sujeto y focaliza con tino las circunstancias aparentemente insignificantes que ocurren; ese sentido de crisis personal, de desorientación sentimental y hasta ontológica por las que todos hemos pasado, resulta atrapado y trasmitido por la joven directora. En la liza de las óperas primas concursa A casa de Alice, de Chico Teixeira, también en la cuerda del día a día aparentemente intrascendente; sólo que, en vez de una pareja en Mar de las Pampas (Argentina) se trata de toda una familia disfuncional en el populoso Sao Paulo: la manicura que da título al film, el esposo, la madre y tres hijos varones constituyen el núcleo de este debut donde su realizador demuestra precisión a la hora de comunicar y alternar los diferentes conflictos de cada uno de esos seres; es una lástima que el universo de los jóvenes no ocupara más el interés de Teixeira y que sean los adultos (sobre todo la protagonista) a quienes fundamentalmente sigue su cámara; a pesar de lo cual nos enfrentamos a vidas comunes dentro de una obra que sobresale por la sencillez de su discurso, el cual halla resonancia en un público identificado con situaciones que son comunes a cualquier habitante de nuestras urbes latinas. Película coral, al fin, se apoya en una edición esmerada, sin la cual la alternancia, mixtura y diversificación de las situaciones no hubiera llegado con tal puntería. Padre nuestro, de Christopher Zalla, en la sección Latinos en USA (aunque compitiendo también en largos de ficción) matiza el tópico de la inmigración hacia Nueva York con un tema tampoco ajeno al cine internacional: la usurpación de identidad, en este caso, la que ocurre entre dos jóvenes, uno de los cuales busca a su padre, ya establecido, en la inmensa y cosmopolita ciudad; el director se las ingenia por atrapar el clima de marginalidad, zozobra y exclusión de los viajantes una vez anclados en el lugar de sus sueños (devenidos casi siempre pesadillas) pero si esto no pasara de ahí estaríamos sólo ante otra buena película sobre el tema; sin embargo, Zalla logra desarrollar la historia del intercambio de personalidades (que confiere al título del film una irónica literalidad) con un sentido de la ironía y el sarcasmo rayanos en la tragedia; entre los aspectos que refuerzan ese tono figura en primer plano la soberbia banda sonora que mezcla piezas latinas con los ruidos tan especiales de Manhattan; luego está esa fotografía de penumbras y rincones que no se limitan a la cueva del padre, sino que incluye la luminosa urbe, a la que atrapa en su pátina más oscura, aún de día; está asimismo un montaje que con sapiencia alterna las circunstancias de los dos jóvenes en torno al mismo objetivo encauzándolas por un feliz cauce narrativo; por último, unas actuaciones que podrían aspirar legítimamente a los corales respectivos, ante todo la de Jesús Ochoa, ese marginal simpático y farsante atrapado en un ardid que se vuelve contra todos, incluyéndolo. Otra sobre profundas grietas familiares es la ópera prima XXY, dirigida por la argentina Lucía Puenzo y también por ella escrita, aunque partiendo de un referente literario; si bien determinados sujetos de la diversidad sexual (el gay propiamente dicho, la lesbiana, el travestí…) han salido a la palestra con cierto empuje en los últimos años, no ha corrido la misma suerte, quizá por más infrecuente, el que ahora protagoniza este film: el hermafrodita; la joven cineasta se acerca a Alex, la adolescente con ese conflicto, pero no se limita a ella, también lo hace a otros que le rodean y que padecen otros no menos agudos: sus padres, una pareja (médico él) que los visita para familiarizarse con el asunto, el jovencito hijo de ellos (atrapado a partir de la relación con la protagonista, en otro dilema), otro buen amigo de ella con quien ha reñido. La paulatina evolución y madurez de los caracteres desde un tempo que rechaza las prisas hollywoodenses, es el primer gran mérito atribuible a la hija del célebre Luis Puenzo (La historia oficial), todo encaminado a potenciar la gran tesis del film: si hay que elegir puede ser que la no-decisión sea lo mejor, como parece opinar la propia Alex, y la apertura del desenlace refuerza. Los desempeños de la muy dúctil Inés Efron, de un (afortunadamente) desestereotipado Ricardo Darín, y del resto del elenco, contribuyen al éxito de la cinta, por otra parte, una de las fuertes aspirantes al premio de la popularidad. Gente aislada o unida en ciudades del mundo; parejas, familias o miembros de ellas en pugnas entre sí o consigo mismos; intimismo y coralidad en el cotidiano de América Latina y mucho más allá…por estos títulos ¿no andarán algunos de los corales?
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