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EL NACIONAL (PAPEL LITERARIO) / Armando Rojas Guardia / Martes 01 de Enero
Brokeback mountain
A lo mejor se necesita ser homosexual para medir la importancia histórica de una película como Brokeback mountain. Esta cinta constituye el síntoma paradigmático del cambio epocal de mentalidad que se ha dado y se está dando en Occidente en relación con la homosexualidad. La sola existencia de este film, y el prestigio internacional que ya lo rodea, indican a las claras la magnitud de la transformación, a la que estamos asistiendo, de la percepción contemporánea ante el asunto. Puede decirse que, sin duda, esta obra cinematográfica es el eslabón que faltaba en la cadena de acontecimientos y situaciones de todo tipo que, desde finales de la década de los años 60, señala el advenimiento, dentro del contexto de nuestra civilización, de otra etapa en la historia de vivir y pensar la relación homoerótica. La dignidad del enfoque, la delicadeza en el tratamiento del tema, el retrato tan fino de la complejidad psicológica de los personajes, la manera lograda de subvertir los estereotipos acumulados en nuestra sociedad alrededor de la homosexualidad (incluso ciertos estereotipos propios de la “cultura gay” ) : todo ello no hace sino resaltar el alcance estético, y por así decirlo, cultural de la película. La actuación de ambos actores principales es sencillamente magistral, asombrosa tratándose de artistas tan jóvenes. Sobre todo, el papel de Ennis del Mar representó para Heath Ledger un desafío actoral de primer orden porque Ennis es, de los miembros que conforman la pareja, el hombre introvertido, a quien le cuesta más, existencialmente hablando, expresar su mundo afectivo e interior. Y sin embargo, en lo que concierne al papel de Jack Twist, la escena en la que éste trata de “levantarse”, sentado frente a la barra de un bar, al vaquero que hace de payaso en el rodeo, está repleta de una matización facial extraordinaria por parte de Jake Gyllenhaal. Algunos hablan peyorativamente de la supuesta “estética Marlboro” como característica del film. A mí me parece, por el contrario, que una de las supremas asertividades guionísticas de sus creadores estriba en haber colocado la relación entre Ennis y Jack en el contexto archiconocido del Medio Oeste norteamericano, ese universo social poblado de vaqueros y gente vinculada al espectáculo de los rodeos que todos hemos visto muchas veces en la cinematografía estadounidense. La asertividad subversiva de la cinta reside, precisamente, en ese explosivo modo de trastocar los códigos tradicionales desde adentro, ubicando la propuesta homoerótica justo en el centro de aquel universo, y de la tradición que lo acompaña, los cuales permanecen aún hoy ligados al rancio estereotipo del macho norteamericano. Para los que están acostumbrados a la estética asociada a esos manidos códigos de siempre, la ecuación semántica vaquero-homosexual resulta sencillamente revolucionaria: tiene toda la fuerza de una provocación cuestionadora. Máxime cuando se considera, aunque sea sólo por un momento, que el énfasis de la obra está puesto en la afectividad, y no en la mera sexualidad y que la ternura es el básico acorde afectivo que une a los dos vaqueros. Estoy profundamente conmovido por esta película. El tipo de homosexualidad que retrata es aquel con el que siempre me he identificado, aquel que desde siempre ha sido el mío: la ternura erotizada del compañerismo viril. El que canta Walt Whitman en su Calamus y el que yo traté de describir en mi Pequeña serenata amorosa. Dentro de una colectividad como la venezolana, todavía ayuna de paradigmas positivos para el Eros homoerótico, este film significa un raro alimento espiritual, un respiro y un alivio: ayuda a soportar la condena explícita o tácita del ostracismo, por más que hoy se hayan aflojado considerablemente los controles y prejuicios discriminatorios en virtud de la marea emancipatoria que en Occidente, como he dicho, ha ascendido a la superficie de la conciencia social. Por último, siendo tan bellos los paisajes montañosos que se pueden contemplar en la película, hay que afirmar enseguida que el director evade acertadamente el decorativismo paisajista. El tratamiento fotográfico del paisaje de la montaña no hace sino contribuir a transformar a ésta en el símbolo de la pasión amorosa de los dos personajes principales y de todo cuanto las vidas de ambos ostentan de feliz, de digno, de hermoso y de bueno.
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