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DIARIO TAL CUAL / Pablo Abraham / Martes 01 de Enero
Fiesta Cinematográfica Merideña
Fiesta Cinematográfica Merideña
El autor ofrece una reseña del recién celebrado Festival del Cine Venezolano realizado en Mérida del 24 al 28 de octubre
Contra viento y marea, traducible en este caso al poco apoyo financiero por parte del oficialismo central, se celebró la VI edición del Festival del Cine Venezolano, en la bella y acogedora ciudad de Mérida, impulsado por Fundearc y la Universidad de Los Ándes, con el apoyo de innumerables instituciones privadas y oficiales. El entusiasmo y la expectativa reinante en Mérida confirma una vez más que sigue siendo la ciudad del cine venezolano, un evento que no es sólo de competencia, sino de encuentro, de discusión, de verse, compartir y hablar de lo que nos apasiona: nuestro propio cine. Tuvimos la suerte de asistir al Festival y estar cerca del Jurado que tuvo la difícil tarea de premiar lo mejor de la producción nacional. Los venezolanos Efterpi Charalambidis, directora de Libertador Morales, el Justiciero; Luis Armando Roche (El cine soy yo, Yotama se va volando), y Elio Palencia, dramaturgo y guionista de Cheila, una casa pa’Maíta, estuvieron acompañados por el cineasta colombiano Jorge Navas (su ópera prima, la angustiante La sangre y la lluvia, se programó en el festival) y por el mexicano Iván Trujillo, actualmente director del Festival de Guadalajara. Vieron y juzgaron a 12 largometrajes y dieron fe de la variedad y riqueza argumental, temática y de género que exhibe el cine venezolano; en fin, del buen momento que parece estar gozando, no sólo a nivel de producción sino también de éxito de público. De principio Taita Boves, de Luis Alberto Lamata, parecía la gran triunfadora, aunque era indudable la competencia que representaba, por ejemplo, Hermano, de Marcel Rasquín, ganadora en Moscú, o Habana Eva, de Fina Torres, triunfadora en Nueva York, o La hora cero, de Diego Velasco, actual éxito comprobado que parece ir en camino de convertirse en la más taquillera del año (ya lleva 280 mil espectadores). Cuatro cintas distintas, sin dudas, realizadas por dos cineastas experimentados y dos debutantes, diversos géneros, diversos enfoques… La decisión salomónica de premiar a veteranos cineastas y a realizadores noveles, no es tanto una salida para “quedar bien con todo el mundo” sino un justo reconocimiento a cada uno. Más allá del magnífico abordaje de una figura histórica, reflejando a su vez una evidente mirada actual cargada de advertencias, emprendida por Lamata en su sexto largometraje, ¿cómo dejar de lado al enfoque generoso y amable de Rasquin hacia el tema de la marginalidad o de la eficiencia narrativa y técnica que muestra Diego Velasco, ambos en sus óperas primas, ambas premiadas por el jurado y por el público? ¿O cómo no reconocer el talento de la actriz Elaiza Gil a pesar de que Amorcito corazón, de Carmen Roa, sea un film desacertado en su concepción, imponiéndose así a la que parecía la favorita Prakriti Maduro, uno de los aspectos –hay que decirlo- gratamente visibles en la intrascendente liviandad que afecta a Habana Eva? El jurado reconoció igualmente y quizás para sorpresa de muchos, otorgándole una Mención Especial, a Jackson Gutiérrez, especie de “cineasta independiente” que realiza en su comunidad, Petare, películas caseras que él mismo distribuye y comercializa de la manera más alternativa posible. Presente en el festival del año pasado, Jackson (director, guionista, actor, productor…) compitió en esta ocasión con Masacre en Buena Vista, especie de película de terror, y María Lionza en mi barrio, que narra los enfrentamientos entre dos bandas de matones en un barrio de la capital. Como productor estuvo en Veredas, crepúsculos de un sueño, dirigido por José Fernández, especie de alerta aleccionadora de los que toman el camino de las drogas y la delincuencia. (No sé, pero en algo me recordó –salvando las distancias- a La escalinata, aquel digno experimento neorrealista de César Enríquez de los años 50). Más que el aspecto cinematográfico, el jurado vio la ocasión de reconocer el aspecto sociológico del asunto, pues hay allí en esas producciones una mirada bastante particular del mundo que Jackson conoce y quiere dar a conocer: su gusto por lo escabroso, la imagen de sometimiento de la mujer, el protagonismo del hombre, el uso del sexo sin medias tintas, la violencia, la sangre, la muerte… Ya no se trata del realizador que estudió en una escuela y cuya conciencia social lo lleva a echar una mirada al barrio, lo que venía sucediendo desde los años 60 y 70. Ahora parece ser el mismo barrio el que se mira con sus propios ojos. En la acera de enfrente de la mención a Jackson, se encuentra la Mención a Cabimas, de Jacobo Penzo, una personal visión de la ciudad donde nació la explotación petrolera extensible a la realidad venezolana y su ausencia de memoria histórica y, a su vez, de compromiso con el presente. Cine dentro del cine, se trata de un film irregular, sin dudas, algo torpe en su planteamiento de unión de la ficción con el documental, pero sumamente revelador cuando vemos al alter ego de Penzo, interpretado por Carlos Carrero, intentando realizar un documental en su afán de búsqueda del valor de una ciudad en un país moldeado y construido a partir de la explotación petrolera y con un tratamiento en la imagen que atrapa. Lo demás, fueron salas abarrotadas en todas las funciones y por un público joven que si bien es cierto era entrada libre decidió ir a ver cine venezolano antes que otra cosa… La nota negativa: por un lado, seis salas no son suficientes en una ciudad que ha crecido bastante… Por el otro, una vez más es urgente el llamado a exigir las buenas condiciones de proyección de las mismas, un total irrespeto a la obra y a los espectadores.