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COLABORACIóN / Luis Sedgwick Baez / Martes 07 de Noviembre
Dias y noches en TIFF
Dias y noches en TIFF

Nuestro colaborador y amigo Luis Sedgwick Báez ofrece su acostumbrado reportaje de la más reciente edición del Toronto International Film Festival/TIFF.

 

Por Luis Sedgwick Baez

 

Llegar a Toronto es acoplarse a la rutina habitual: sortear los filmes a ver de un catálogo/mamotreto de 376 páginas, o los recomendados por los colegas a lo largo del camino; desechar los cientos de mensajes de los distribuidores, publicistas, relacionistas públicos para asistir a tal o cual proyección que ellos desean publicitar; responder a las invitaciones a las fiestas; observar cómo ha cambiado el “paisaje urbano” como diría Fernando del Paso, el escritor; dialogar con las mismas caras de siempre (algunas nuevas); comprobar que la tribu de fanáticos sigue apostándose a las salidas de los hoteles a fin de captar a alguna superestrella emerger, por minutos, rodeada de guardaespaldas e introducirse en una limusina infranqueable. Los lugareños, felices al enterarse que su ciudad, Toronto, fue elegida por “The Economist” como una de las diez ciudades de mayor calidad de vida.

 

Días antes, recibo un correo de una miembro de la Junta Directiva del TIFF (Festival Internacional de Cine de Toronto) que me pide transmitir la información siguiente (lo haré en forma sucinta y con mucho gusto):

 

  • “De los 250 films dirigidos en 2016 sólo el 7% fueron dirigidos por mujeres; de los 100 films relevantes en 2016, sólo el 29% fueron protagonistas las mujeres; de los 100 films más importantes del 2016 las mujeres representaron sólo el 32% de los personajes hablados; el TIFF ha anunciado una meta de aumentar la participación femenina frente y detrás de las cámaras, de invertir y aupar a directoras emergentes, desarrollar una serie de conferencias sobre mujeres en la industria y otorgar recursos para profesores a fin de apoyar cursos y discusión de las mujeres en el ámbito cinematográfico. Para hacer esto realidad, es necesario conseguir 500 mil dólares canadienses durante 2017…”

 

Todo este introito me retrotrae a Platón que hace dos mil años abogaba por la igualdad de los sexos, posición contraria a la de su maestro Aristóteles que se oponía a ello (¡No hay nada nuevo bajo el sol!).

 

Recibo invitación de la plana mayor del TIFF (a quien conozco) para una recepción en honor de los integrantes de la programación (a quien conozco sólo por fotos), esos zahoríes del dictamen final en la escogencia de los filmes.

 

Se exhibieron 339 filmes: 255 largometrajes, 84 cortometrajes de 74 países (En 2016 se exhibieron 397 filmes (296 largos y 101 cortos); se enviaron 7.299 filmes, 6.166 internacionales (6.933 en 2016) y 1133 canadienses (1.240 en 2016); 29 filmes de habla hispana: España 13, Argentina 9, Colombia 4, Chile 3 y México 2.

 

En la sección “Plataforma”: filmes “cuyos directores son inventivos, sin temor a transgredir fronteras” tuvo un jurado compuesto por Chen Kaige, Wim Wenders, entre otros. En la sección “Conversando con” vinieron Javier Bardem, Gael García Bernal, Angelina Jolie y Helen Mirren.

 

La películas

Yo, Tonya (I, Tonya, USA) de Craig Gillespie, que obtuvo el Premio del Público, apunta sobre el drama que sufrió Tonya Harding (Margot Robbie), campeona olímpica de patinaje de los EEUU cuando su ex esposo y guardaespaldas complotan para golpear a una colega del mismo equipo para evitar que participe. Un tanto larga, una vida de constante violencia doméstica donde la educación era inexistente, un lenguaje procaz a cada instante y una madre castradora que fumaba y bebía a más no poder (muy bien Allison Janney). Tonya, al increparle a un juez por su baja puntuación, aún sabiendo que su destreza era impecable, este le replica “la presencia y la actitud para nosotros es también importante”. Condenada de por vida a no participar en cualquier competencia, Harding terminó boxeando, pero sin destacarse y por poco tiempo.

 

Dos amigos que cortejan a la misma chica se unen a un grupo de partisanos que confrontan a los fascistas de Mussolini. Uno (Lorenzo Richelmi) es aprehendido y presto a ser ejecutado. Y el otro, (Luce Marinelli) se apronta a liberarlo. Arco iris: un asunto privado (Una questione privata, Italia) de Paolo y Vittorio Taviani adolece de un guion cansino, sin columna vertebral emocional. Muchos piensan que será su último film.

 

Anne Wiasemsky (Stacy Martin) fue la segunda esposa de Jean Luc Godard (Louis Garrel) casándose a muy temprana edad. Hija de un príncipe ruso y nieta del Premio Nobel de literatura Francois Mauriac filma con él La china y bajo su égida descubre un nuevo mundo. La Rédoutable (Francia) de Michel Hazanavicius (aquel de ”El Artista) está basado en la autobiografía de la Wiasemsky “Un año después”, donde ambos militan el activismo político del 68, que conmocionó a Francia. Louis Garrel encarna al maestro Godard con maestría, con prótesis en la nariz, hasta el hablar con seseo y sus tics faciales reflejando una personalidad celosa, arrogante, combativo, polémico e insoportable, pero un artista ante todo. El film finaliza cuando ambos se separan.

 

Había tanta gente que proyectaron Reduciéndose / Pequeña gran vida (Downsizing, USA), de Alexander Payne, en dos inmensas salas. La premisa es loable: unos científicos noruegos logran reducir a las personas, animales, vegetales, cosas, a su más mínima expresión. El filme es una meditación sobre las consecuencias de esta transformación que afecta a la economía, a los sentimientos. Hay muchos cabos sueltos que no se explican mientras en lontananza asoma un cataclismo climático. Matt Damon es el médico que acepta esta reducción mientras que su esposa (Kirsten Wiig) lo abandona a último momento. Payne, que nos trajo aquel memorable Nebraska es original en su planteamiento pero en el último tercio del film es un constante machacar, cual clase magistral (que le resta fuerza al filme) sobre el imperativo moral de conservar el medio ambiente (tema super actual). Christopher Waltz sobreactúa y con su sonrisa siempre exagerada (como muletilla), apareciendo también Udo Kier, de los tiempos de Fassbinder.

 

Fui advertido, pero tenia que verla: La matanza del venado sagrado (The Killing of a Sacred Deer, Reino Unido/Irlanda), del ecléctico Yorgos Lanthimos. Se sostiene, desde la perspectiva de la trama, hasta la mitad; luego decae. La historia recoge ribetes de tragedia griega, con escenas de horror casi canibalescas aunque  técnicamente impecable con gloriosos (y originales) primeros planos, una narración a la altura pero con escenas poco plausibles. Colin Farrell es el médico que ocasiona la muerte a un paciente mientras lo opera, su hijo busca venganza, inflingiendo desastres a su esposa (Nicole Kidman) y a sus dos hijos. Las actuaciones son dignas de respeto. Preferí aceptar el film como una metáfora.

 

Un descubrimiento fue Oh, Lucy (USA/Japón), de Atsuko Hirayanagi, sobre una secretaria soltera, resentida con su hermana por haberle arrebatado a su novio que se enamora de un profesor de inglés en Japón (Josh Harnett) y que la lleva a seguirlo a los EEUU al haberse involucrado con su sobrina. Una comedia con ribetes trágicos y un guion donde la psicología de sus personajes está lúcidamente resuelta.

 

Durante el día, él y ella trabajan en un matadero; durante la noche, ambos sueñan con venados. En cuerpo y alma (Testro és lélekröl, Hugría), de Ildikó Enyedi, recibió el Oso de Oro en Berlin. Un film hipnótico, escenas donde vemos a los venados deambular por el bosque y sus flirteos animales, con el desmembramiento de las vacas en el matadero para convertirlas en carne comestible tiene una correlación con nosotros, los humanos.

 

Por asistir a la recepción inaugural del TIFF con la presencia del ”Cirque du Soleil” me perdí Sin amor (Nelyubov, Rusia/Francia), de Andrey Zvyaginstsev, altamente premiada. Imposible estar en todo, aunque uno quisiera ser San Antonio.

 

Las novelas de Ian McEwan se prestan para ser trasladadas a la pantalla. En la playa de Chesil (On Chesil Beach), de Dominic Cooke, tuvo su premiere mundial en el TIFF. En el día de su matrimonio una pareja (Saoirse Ronan, Billy Howle) festejan el acontecimiento en un hotel con la playa enfrente. Momentos antes de consumar el acto sexual la tragedia irrumpe. En escenas a través del tiempo y en reverso sabemos de sus vidas. Ronan es la frígida e insegura novia con aspiraciones a crear un cuarteto de música clásica, exuda en todo momento sensibilidad y una presencia por siempre luminosa.

 

Hace algún tiempo leí “Zama”, la novela de culto de Antonio di Benedetto. Jamás pensé que la vería en el cine. Pues sí, Lucrecia Martel, audaz e inspirada, ajena a los vericuetos del convencionalismo tradicional en el arte de filmar nos trajo, después de una ausencia prolongada, su muy particular Zama (Argentina/España/Francia/Holanda/USA/Brasil/México/Portugal/Líbano/Suiza), un film mayor.

 

En un poblado desolado de la corona española, Diego de Zama (Daniel Giménez Cacho) es un corregidor que aguarda del Rey un traslado a otro paraje que lo aleje del tedio y de la enfermedad. Su esposa e hijos quedaron en España. El film es un estudio de una espera que nunca llega a través de un espacio temporal, plagada de crueldad y de los vicios inherentes a los humanos: codicia, celos, venganza, lascivia y para qué seguir... Una puesta en escena de atmósfera opresiva, entre selva y llano, poblado de indígenas que hablan la lengua autóctona, admirablemente dirigida y actuada. La música, curiosamente, es moderna.

 

En el camino para ver Final feliz (Happy End, Francia/Austria/Alemania), de Michael Haneke, presente en la sala, me encuentro con Wim Wenders. El film de Haneke nos trae una extensión de aquel inolvidable Amor (Amour) pero que no le llega ni a los tobillos, sobre una familia disfuncional: un abuelo (Jean Louis Trintignant) que trata de suicidarse, una nieta de 13 que se inclina también por el suicidio y otros miembros con bemoles personales. El enfoque carece de drama y por momentos es superficial. El suicidio es casi visto como un chiste. Isabelle Huppert es la madre profesional.

 

En un aparte, entre una recepción y una proyección, converso con Paul Stark, un cineasta canadiense que dirigió el documental La decepción del Vaticano (The Vatican Deception), con varios años de labor investigativa sobre las revelaciones de los pastores de Fátima, una de ellas guardada con gran sigilo por los capos de la Iglesia por su implicancia mundial que anunciaría una catástrofe inimaginable y que participaría Rusia. 

 

A los 15 minutos de comenzar la función me salí. ¡Menos mal! ¿Por qué me salí de Amando a Pablo  de Fernando León de Aranoa? Me irritó ver a actores españoles, Javier Bardem (Pablo Escobar) y a Penélope Cruz (Virginia Vallejo, su amante) hablando en inglés entre ellos; y peor aún, cuando Escobar y sus narco-compinches se comunican entre ellos en inglés, deslizan de cuando en vez una frase en colombiano paisa. No sé cuál fue el criterio del director (o productor) en adoptar esta absurda postura. Con subtítulos este cuento cambiaría.

 

Estuve una hora en fila para entrar a ver La forma del agua / The Shape of Water (USA), de Guillermo del Toro, sentándome en segunda fila en una sala inmensa. La espera fue fructífera y fue el mejor film que he visto en el TIFF y en 2017. 

 

Del film de Guillermo del Toro podrían escribirse páginas y páginas, sobre una muda (Sally Hawkins) que se enamora de un “monstruo”, descubierto en el Amazonas y cuya reciprocidad en las lides del amor es mutua. Este personaje es objeto de investigación científica en un laboratorio de Baltimore donde los rusos (estamos en la Guerra Fría) también quieren una tajada de la torta científica. Un film magnífico, poético, una extraordinaria puesta en escena, una sutil crítica social (estamos en los 60), donde el amor todo lo vence, siguiendo la máxima de Virgilio “Omnia vincit amor”. León de Oro, Venecia.

 

Helena Bonham Carter sobresale admirablemente en 55 pasos (55 Steps, USA/Alemania/Bélgica), de Bille August, sobre un caso real, el de Eleonora Riese en una batalla legal (Hillary Swank es su abogada) contra los hospitales psiquiátricos que obligaban a los pacientes a tomar medicamentos contra su voluntad y con nocivos efectos secundarios en su salud.

 

Galardonada en Venecia, Foxtrot, de Samuel Maoz, resultó polémica en Israel pues la prensa local embistió contra el film al mostrar hechos que el ejército no quería divulgar. La historia gira alrededor de las consecuencias ocurridas sobre una familia cuando le anunciaron equivocadamente la muerte de su hijo en la guerra. Una mirada furtiva e inteligente sobre las relaciones familiares vis-á-vis al perenne entorno latente de una guerra con sus vecinos y cómo un solo hecho puede alterar la vida de los involucrados. Un film muy elogiado.

 

En un aparte, Hugo Chaparro Valderrama, poeta, escritor premiado, me entrega su reciente libro “Album del Sagrado Corazón del cine colombiano: 100 años del largometraje en Colombia” y una sentida dedicatoria. Mil gracias, lo leeré con fruición.

 

Partiendo del partido final de tenis en Wimbledon en 1980 entre Bjon Borg y John McEnroe, el film, con el nombre Borg McEnroe (Suecia/Dinamarca/Finlandia), de Janus Metz, intersecta con 'flashbacks' la trayectoria (y vida) de ambos astros del deporte, manteniéndonos en vilo con una narración trepidante. Este film inauguró el TIFF.

 

Exhibieron Submergence (Alemania/Francia/España/USA) en la sala IMAX, la mayor del festival: un film menor de Wim Wenders. Un ingeniero trotamundos (James McAvoy) conoce en la ciudad de Dieppe a una bio matemática (Alicia Vikander), se enamoran, se separan por motivos profesionales; él es enviado a Somalia, ella a punto de comenzar un proyecto bajo el mar. Ambos experimentan después situaciones fuera de control. Un guion incoherente (por momentos no sabemos lo que pasa), el film se sostiene por una extraordinaria fotografía y actuaciones adecuadas. Pero, ¿y lo demás?

 

El cuadrado (The Square, Suecia/Alemania/Francia/Dinamarca), de Ruben Ostlund (¿cuándo veré Fuerza mayor?) obtuvo la Palma de Oro en Cannes. Una sátira al mundo cultural, a sus integrantes, a sus financistas que no tienen la menor idea de lo que representa el arte, salvo su inversión financiera. El director de un museo en Stockholm (Claes Bang) se inclina por exhibir obras eclécticas contemporáneas, con una vida privada caótica; una serie de malos pasos involuntarios le producen, a la postre, un climax emocional y profesional nefastos. Una mirada lúcida a nuestro mundo de convulsión con escenas alucinantes propias de Buñuel.

 

Con Annette Bening no hay pele: siempre a la altura. En Las artistas de cine no mueren en Liverpool (Film Star Don’t Die in Liverpool, Reino Unido), de Paul McGuigan, encarna a Gloria Grahame (artista conocida en los 1950’s incluso con un Oscar), en los dos últimos anos de su vida, enferma e infatuada con un aprendiz a actor (Jamie Bell), 20 años menor. El guion, débil, no ahonda en la vida anterior de la actriz, algo que le daría más contundencia a su personaje. Vanessa Redgrave es su madre.

 

La hora más oscura (Darkest Hour, Reino Unido), de Joe Wright, repite la historia que vimos en Dunkerke de Christopher Nolan, la evacuación de unos 300 mil soldados británicos, rodeados por los alemanes en la costa de Francia y ayudado por pequeños botes de civiles que fueron a recogerlos. Gary Oldman es Winston Churchil, irreconocible, una de las grandes actuaciones este año, Kristin Scott Thomas es su esposa Clementine, y Lily James, su secretaria. Elocuentes y encendidos discursos en el Parlamento británico, con sus consabidos enemigos políticos, Lord Halifax (Stephene Dillane) que proponía un diálogo con las fuerzas del Axis (Alemania e Italia) para obtener una paz. El Parlamento lo negó.

 

Cambodia representa para Angelina Jolie un pedazo de su corazón. Allí vivió, allí adoptó un hijo, posee la nacionalidad de ese país y allí conoció a Loung Ung, autora del libro autobiográfico en que se basa el film Primero mataron a mi padre (First They Killed My Father: A Daughter of Cambodia Remembers, Cambodia, USA). Hay que sacarle el sombrero a la Jolie, su film es una tarea titánica y su más completo hasta ahora. Es la mirada, el recuerdo de una niña de 7 años que vivió y sufrió en carne propia los horrores, el genocidio del Khmer Rouge, desde que su familia fuera evacuada de Phnom Pen en abril de 1975, viviendo en condiciones infrahumanas, esclavos del ejército en un campamento. El filme, de acción continua (desplazamientos, guerras), carece sin embargo de un enfoque emocional válido (tal vez no fuera la intención de Jolie), con lo cuál podríamos haber compartido las vicisitudes de la niña protagonista (Young Srey Moch Sareum).

 

Su ausencia fue muy sentida (la edad, la salud) y la ocasión de compartir con ella unos momentos dentro del trajín del TIFF. Caras, lugares (Visages, Villages, Francia), de Agnes Varda (presentada fuera de concurso en Cannes, muy ovacionada y que obtuvo el Ojo de Oro), junto con J.R. (un conocido fotógrafo), recorren puntos únicos en Francia, entrevistando a los lugareños, con sus respectivas fotografías, ampliadas en gran formato, cubriendo con ellas muros, fábricas, objetos. Al final del film decide trasladarse a Rolle, a la casa suiza de Jean Luc Godard, su amigo de siempre, para entrevistarlo. Al llegar sólo encuentra una nota de él en la ventana, mencionando un restorán. Este mensaje la deja ambivalente en emoción, en otras palabras, la deja plantada, a pesar que ella lo considera “un filósofo solitario” y “alguien que revolucionó el cine”. Todos sabemos lo patán que puede ser Godard  (basta ver La Rédoutable) y con la edad, generalmente, los defectos se magnifican. Caras, lugares está impregnado de una nostalgia sensible y de aguda inteligencia: es la mirada de una cineasta que proyecta su gran arte.

 

Ví 34 filmes en el TIFF, imposible escribir sobre ellos, todos…