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GRAN CINE / Rodolfo Izaguirre / Martes 01 de Enero
Arturo Plascencia: Un guerrero del cine
Arturo Plascencia hizo cine en los años 60, una época en donde esa actividad prácticamente era casi imposible, pero más que aquellos intentos, que hoy muchos desconocen, de hacer un cine propio, a Plascencia se le recuerda por su extravangate forma de llamar la atención. La noticia de su muerte, apareció en el diario La Voz de Guarenas en una pequeña nota, mientras que en la página web del Sidndicato Nacional de los Trabajadores de la Prensa, al cual pertenecía el cineasta, se informaba de la misma bajo el rótulo de "El periodista Arturo Plascencia, otra vícitima del hampa desatada", fechada el día 19-09-2004. Como un merecido in memorian a una figura que forma parte de la historia del cine venezolano, reproducimos, en exclusiva para Gran Cine, un texto sobre el cineasta escrito por el reconocido crítico Rodolfo Izaguirre. Murió el cineasta Arturo Plascencia y apenas una breve reseña de su muerte fue publicada en algún diario local de Barlovento, región en la que residía ocupado, al parecer en asuntos inmobiliarios. De acuerdo con el texto escueto de aquellos despachos, fue una muerte violenta, criminal, que seguramente jamás será aclarada. Ningún otro medio de comunicación publicó o trasmitió la noticia de esa muerte; hecho por demás extraño y desconcertante si se considera que Arturo Plascencia, en vida, dio motivos suficientes para que todo el país conociera la desmesurada pasión por el cine que le impulsó a tomar medidas límites que, por extravagantes o excesivamente personales, lograron suscitar no sólo la curiosidad de un país indiferente ante las precariedades del cine nacional y los contratiempos que deben enfrentar sus cineastas, sino para hacer que los reclamos del cine venezolano encontraran, ¡oh, vana ilusión!, algún eco en los niveles de poder y toma de decisiones. Arturo Plascencia realizó tres largometrajes de ficción: Twist y crimen (1964), Más allá del sexo (1967) y Huyendo del sismo (1971), películas que al igual que muchas otras en el cine venezolano, no alcanzaron ninguna difusión pero que merecerían, en todo caso, una proyección para valorarla y tratar de encontrar en ellas algunas señales de la irrepetible personalidad de su autor. Lo que hizo de él un personaje conflictivo y provocador dentro del cine nacional fueron, en todo caso, sus constantes desafíos mediantes los cuales trató de promover, apoyar y defender al cine nacional, a su manera, con un empecinamiento pocas veces visto en nuestra cinematografía y en la actitud de nuestros cineastas. Ninguno de ellos ha hecho lo que Arturo Plascencia hizo por el cine venezolano: sin entrar en consideraciones sobre su rigor legislativo, él redactó un Proyecto de Ley de Cine y para hacerlo valer se vino a pie desde Maracaibo recogiendo a su paso firmas para apoyar "su" proyecto; en otra ocasión, hizo desnudo fugaz en la Cota Mil para llamar la atención a sus demandas en favor de una Escuela de Cine. Para protestar por el tratamiento indiferente que por parte de las autoridades culturales recibía la escuela que montó en Sabana Grande, sostuvo una huelga de hambre a las puertas del Celarg, el Centro de Estudios Literarios Rómulo Gallegos, cuando Luis Pastori era su director. Todos lo vimos, tendido sobre una colchoneta rodeado de pancartas de su propia elaboración. En abierta alusión a Luis Pastori, una de ellas decía: "¡No sueñe tanto, poeta!" Un reclamo desacertado porque los poetas lo único que saben y deben hacer es...¡ soñar! Escribió un libro, que nunca publicó, en el que recogía sus personalísimas teorías sobre el arte del cine. Una de ellas, tal vez la más resaltante, aseguraba que el montaje no era necesario; y lo vi una vez, en los sesenta, repartiendo por el boulevard de Sabana Grande un folleto explicativo de una nueva oferta religiosa llamada Luzpan de la que nunca más tuve noticias. También en aquellos años su nombre apareció asociado a una pizzería en Las Mercedes, fugaz como el desnudo de la Cota Mil, cuyo mayor atractivo era el carácter y ambiente cinematográfico que allí se respiraba: las sillas, de lona como las que usan los directores en la gran industria, mostraban con orgullo los nombre de las más cotizadas vedettes de Hollywood. ¡Una de ellas se engalanaba con el nombre de Arturo Plascencia! Fue un hombre que amó al cine y creyó en él. Fue tanta la pasión que puso en defenderlo que cruzó los límites e hizo de la extravagancia un arma de combate. ¡Se convirtió en un guerrero!