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TAL CUAL / Fernando Rodríguez / Martes 01 de Enero
Habana Blues
Columna: Cultura para armar
Yo no diría que Habana Blues, coproducción cubana-francesa-española, dirigida por el cineasta hispano Benito Zambrano (Solas), y que ya comienza su carrera en la cartelera nacional, es una obra maestra. Cierto convencionalismo narrativo, algún toque de melodrama fácil y ciertas simplezas del guión lo impiden. Pero sí diría que tiene momentos realmente excepcionales, sobre todo las relaciones humanas que retenidamente hace aflorar y que, al dejarlas asordinadas, cobran un notable espesor dramático y simbólico. Es una película que hay que ver, sobre todo ahora que comemos moros y cristianos ideológicos casi todos los días. Es un extraordinario documento sobre la Cuba de hoy -Zambrano vivió varios años en Cuba- y en especial sobre su juventud, al menos el sector más lúcidi y despierto de ésta.Es una película hecha en Cuba y copatrocinada por ésta. Es decir no viene de Miami. Ese desgarrado grito que es el filme, que se quiere comedia, viene de las entrañas de esa isla perdida en algún raro paraje del océano de la modernidad. Para empezar no hace especial énfasis en al pobreza -los personajes, músicos, de deseos y posibilidades -sólo posibilidades- cosmopolitas, merodeadores del turismo, de clase media destartalada, no son de los sectores más depauperados de la isla-, tampoco tiene especial relevancia lo propiamente político aunque está en cada una de sus imágnes implícitamente. Creo que su tema es más hondo, es el alma de una cierta Cuba. Es el clima de arcaísmo, soledad, hastío, imposibilidad de asumir las pulsiones básicas de la contemporaneidad, aun la catarsis del rock por ejemplo. No me escapa que hay trasacciones en la historia y que, por ejemplo, la contradicción entre el arte marginal y rebelde frente al régimen imperante y aquél sometido a los voraces cánones capitalistas, ubicada en lugar preeminente es una de las que vela, aunque poco, inútilmente, ese clima de penuria física y espiritual que es el que desgarra esas vidas, las desune, las lanza a un ocuro mundo exterior en lanchas asediadas por la muerte o al viaje deseperado a lejanas tierras donde ahy que reinventarlo todo. O, por el contrario, el personaje que se queda, por elmomento, que pierde mujer e hijos, amigos, lo hace por una razón que no entendemos pero que aceptamos. Acaso falta de fuerza, acaso las raíces últimas de la tierra, acaso el exceso dolor por la pérdida o por no poder atisbar un destino coherente. ¿qué es eso que se rompió en esa isla?, ¿Qué hay en el cerebro y el corazón de esos jóvenes iracundos y subterráneos que arremeten en sus letras agresivas y desafiantes, sus músicas estridentes y hasta en su vestimenta contra aquello que los oprime, que los ha alejado del ancho mundo -con sus atractivas ofertas vitales y claro sus terribles desarmonías. Como en una vieja nave a la deriva sólo existe el día a día, la esperada y milagrosa manera de salir, una ciudad surrealista donde se mezclan los hermosos edificios de siempre, ennegresidos y deteriorados, en el batiburrillo de la escasez, la desolación, el burocratismo y el sincretismo más inesperado. Un mundo donde las viejas arengas y consignas todas se han vaciado para esos jóvenes. y en ninguna parte venden otras. Sólo aquellas que como los caracoles deposita el mar en la arena, venidos de la lejanía: sueños, ecos, espejismos, incógnitas. Película crepuscular. De la vida que resiste -aquí la juventud, el arte, la risa- ante la difuminacion del futuro. Eso inefable que hace que todo viajero se sorprenda en esa ciudad detenida en el tiempo, rodeada de mar y de música por todos lados: aislada, sonora y triste. La historia hace obras muy extrañas. Quizás termine por hacerlo todo muy extraño, como la ciudad de Blade Runner. Altera los ritmos vitales, retuerce lo previsible, gusta a ratos del collage extravagante. Eso es Cuba, varada en el mar con las velas rotas, esperando otro soplo de vida.