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COLABORACIóN / Javier Guerrero / Lunes 05 de Septiembre
Crítica: Matar al padre, 'Desde allá' de Lorenzo Vigas
Crítica: Matar al padre, 'Desde allá' de Lorenzo Vigas

Publicamos esta nota crítica del film "Desde allá", ópera prima de Lorenzo Vigas, galardonada con el León de Oro de Venecia (entre otros reconocimientos), estrenada el pasado viernes en salas nacionales. 

 

Por Javier Guerrero

 

Recientemente estrenado en Nueva York, el film de Lorenzo Vigas, Desde allá (Venezuela/México, 2015), ganador del León de Oro de Venecia, propone un detenido estudio sobre el deseo y sus límites, deseo no únicamente como pulsión homoerótica (y en el contexto, por lo tanto, clandestina) sino más bien, deseo por aquello inconcebible, por perpetrar una de las máximas transgresiones: matar al padre. 

 

Con una mirada hipnótica, dolorosa y a la vez capaz de infligir dolor, Armando –interpretado por el inmejorable actor chileno Alfredo Castro (Postmortem, Tony Manero, El club)–, a lo largo de la película, mide sistemáticamente el peso del deseo. El film narra la historia de un técnico dental que trabaja elaborando prótesis y de quien muy pronto conocemos su más oculto secreto: pagarles a jóvenes para que se desvistan y entonces poder masturbarse frente a sus cuerpos desnudos. Dos eventos parecen enmarcar el film de Lorenzo Vigas: la vuelta del padre, de quien sabemos muy poco pero cuyo retorno sin duda trae de regreso un pasado doloroso, casi inconfesable; y la llegada de Elder, un muchacho caraqueño de clase popular cuya virilidad se resiste con violencia a seguir la ceremonia meticulosamente ordenada por Armando. El film enfrenta los deseos de estos dos hombres pero es el mayor de ellos, Armando, quien guía y casi provee de un guion a la escena. Su capacidad de excitarse únicamente es posible una vez que él mismo organiza la puesta en escena del encuentro erótico. Como si se tratara de un director, el técnico dental arma la secuencia. En cierto sentido, el film pero sobre todo la fantástica interpretación del actor Alfredo Castro, recuerda al perturbador personaje principal del film de Michael Haneke, La pianista (2001). La mirada de Armando luego de tramitar, quebrar y por lo tanto destituir el masculinismo homofóbico de Elder, para entonces lograr que coopere con docilidad, recuerda la inquietante mirada de Erika (Isabelle Hupert), tras escribir una carta a su amante joven donde detalla todo lo que sexualmente desea o incluso, después de colocarle vidrios rotos en los bolsillos a su joven pupila debutante. Y no solo sus ojos los delatan. Como la espalda de Erika, la espalda de Armando en este film habla. Sin embargo, como ya sugerí, el deseo no es únicamente homoerótico. Elder encuentra en la lujuria de Armando la capacidad se posicionarse por encima de sus posibilidades, del lugar del que viene, de su familia. Es entonces cuando la lujuria de este macabro juego le permite a Elder desear. En este laberinto de pasiones, Elder encuentra un deseo en el que ser.

 

Saturado por una tradición de films repletos de desmedidas ansiedades nacionales –y no me refiero a la proliferación de historia patrias que han inundado la pantalla venezolana, a propósito de la Revolución bolivariana, sino principalmente a películas realizadas por algunos de los mejores cineastas venezolanos, como es el caso de Pelo malo de Mariana Rondón (2013)–, Vigas se distancia de la histeria patria y más bien explora estas vidas precarias sin encontrar en ellas alegoría nacional alguna, sin casi girar su mirada a la asfixiante temperatura político-económica venezolana, concentrándose únicamente en estas vidas insignificantes. La única figura visible de la historia patria es justamente Bolívar, pero restringido a un billete devaluado que es necesario doblar, decapitar si se quiere, para entonces poder pagar por el cuerpo deseado. Y esta muerte del padre y de la patria se relacionan con el regreso. Porque Desde allá es una historia de fantasmas que regresan, de deseos limítrofes que se esconden detrás de los personajes –como sugería antes, el film abre y casi cierra con la espalda de Armando–, de una ciudad irreconocible no solo por su ruina sino porque es irrelevante como ciudad, necesariamente brumosa en esta historia del deseo. El doloroso sonido del aparato que usa Armando para tornear las prótesis dentales –y que recuerda a la ya temida fresa del diván odontológico– se acompasa de la ruidosa y nebulosa Caracas. Y para ello, el film recurre al uso sistemático del fuera de foco. Calles que he recorrido se vuelven inubicables, esquinas familiares se tornan extrañas, lugares que reconozco entonces parecen inexplicables. Incluso, casi todas las caras son irreconocibles o están fuera de lugar: Elder, la irreconocible cara del actor debutante (Luis Silva); Armando, el rostro reconocible del actor fetiche de Pablo Larraín en el papel de un hombre venido de un lugar del que nada sabemos, un hombre que habla “raro”. Experiencia ominosa que definitivamente cancela el espacio pero también el tiempo. ¿Cuándo sucede esta historia? ¿Desde cuándo? ¿Desde dónde?

 

Y entre los fantasmas que el film invoca, también están las innumerables películas que quizá involuntariamente contiene. Como ya traje a colación aquel film de Haneke, la película de Vigas enseguida me recuerda a la de Barbet Schroeder, La Virgen de los sicarios (2000), basada en el libro homónimo de Fernando Vallejo. Pero aquí el sicario es capaz de matar tras la mínima sugerencia, el más fútil malestar de su amante, Fernando: la vida poco vale y el sicario está a al servicio en la torre erótica de marfil. Lo que se teje en el film de Vigas es mayor: es precisamente el deseo de matar al padre, argumento ya tratado por el cineasta en su cortometraje Los elefantes nunca olvidan (2004). Pero no se trata de matar al padre en un sentido figurado, psicoanalítico: Armando quiere darle muerte. Una inquietante coincidencia se produce cuando antes de estrenar el film, el padre del propio cineasta, el reconocido artista visual venezolano Oswaldo Vigas, ha muerto. 

 

Finalmente, una cosa más. Resulta interesante que en un momento postcinematográfico –es decir, en tiempos en los que prevalece el giro digital, la desincorporación cada vez más clara de la sala oscura, la suspensión de la continuidad del visionado, la incorporación de la estética de la nueva televisión–, el film de Vigas parezca apostar con tanta fuerza por la vuelta a la era del cine. Porque en Desde allá, el juego con el fuera de foco, los sonidos filosos, la microinterpretación de su actor principal, la necesaria presencia plástica de lo fantasmal, la continuidad de una sutil tensión dramática, hacen que el film sea casi inapreciable fuera del cubo negro cinematográfico. En cierto sentido, la cinta logra incomodar el estatuto actual de la visualidad narrativa. 

 

Lorenzo Vigas dirige una película como pocas veces hemos visto en la historia del cine venezolano. Fantasmas, deseos quirúrgicos, ruidos que atormentan o matan, todas lujurias prohibidas que se emancipan en un film que juega deliberadamente con el fuera de foco, con espacios limpios, con vestuarios grises y repetidos, con cuerpos y calles irreconocibles.