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WWW.ELUNIVERSAL.COM / Juan Antonio González / Domingo 03 de Octubre
El cine siempre será Luis Armando Roche
El cine siempre será Luis Armando Roche

El realizador de filmes como “El cine soy yo” y “Aire libre”, falleció a los 82 años. Deja como legado su auténtica pasión por el otro

 

 

Es difícil acostumbrarse a tantas pérdidas. Y este año se ha empecinado en obligarnos a las despedidas. Pero en el caso de la muerte del cineasta y director teatral Luis Armando Roche, la memoria estimulada por el triste suceso de su partida, incita más bien a una irreprimible sucesión de sonrisas y buenos recuerdos compartidos con un hombre de gran cultura, pero también con un ser afable, bonachón, risueño, cálido y honesto.

 

La muerte de Luis Armando Roche, ese caraqueño cabal nacido el 21 de noviembre de 1938 y proveniente de una familia de migrantes franceses a los que este trópico luminoso, caluroso y húmedo, sedujo infinitamente, no es más que la excusa para celebrar una vida llena de amor por el país.

 

 

Era bisnieto de Jean Emile Jacquin, fabricante de espejos al que Guzmán Blanco encargó ornamentar los del Congreso de la República. Era hijo de Luis Roche, urbanista que, junto a Juan Bernardo Arismendi, creó las zonas residenciales de La Florida y Altamira. Y fue su padre quien lo llevó a emprender el camino del cine, pues lo “empleó” como asistente de cámara para el documental Venecia la incomparable (1955), premiado en el Festival de Cine Amateur de Cannes.

 

A los 10 años, Luis Armando Roche viajó con su familia a Argentina. Aunque allí hizo parte de los estudios primarios, que había iniciado en Caracas, su estancia en el sur fue breve. Hizo la secundaria en Estados Unidos, y allí comenzó a gestarse su interés por la fotografía, el cine, el teatro, la música y la arquitectura. Finalmente, se decidió por el cine, aunque luego integró a éste la música y el teatro.

 

De vuelta en Venezuela, trabajó para ARS Publicidad junto a Alejo Carpentier. Pronto, ese espíritu aventurero, esa pasión de descubrir lo nuevo que lo asemeja a Humboldt, lo llevó a la tierra de sus ancestros: Francia. Y en París, estudió producción y dirección de cine en el legendario Institut des Hautes Études Cinématographiques, el Idhec, donde tuvo como compañero de clases al realizador griego Theo Angelopoulos.

 

En la Ciudad Luz, Luis Armando Roche hizo sus primeras películas: Gennevilliers, port de Paris, cortometraje de 1963, y Voyons dit l’aveuglé à sa femme sourde (Vamos a ver dijo un ciego a su esposa sorda), del mismo año y en el que participaron como actores Carlos Cruz-Diez, Ángel Hurtado, Maruja Rolando y Jorge Camacho.

 

Su espíritu abierto a las nuevas corrientes que surgían en el campo del arte, lo llevó a conocer el trabajo del documentalista británico Lindsay Anderson y lo motivó a voltear la mirada hacia el Otro, el ser anónimo, el hombre común, pero que hace cosas extraordinarias. Con ese precepto, dirigió el documental Raymond Isidore et sa maison (1964), sobre el enterrador del cementerio de Chartres que por amor a su esposa, construyó y decoró originalmente su casa con materiales de reciclaje.

 

En 1965 muere el padre de Luis Armando Roche. Eso lo obligó a dejar sus estudios de Escritura de Comedia y Humor en la Universidad de California y regresar a Venezuela, donde ejerce de asistente de dirección de Alessandro Blasetti en La epopeya de Bolívar, al tiempo que pone su hombro para apoyar a Margot Benacerraf, Alfredo Roffé y Luis Salazar en la creación de la Cinemateca Nacional.

 

Incansable, desde el Departamento Audiovisual del Inciba (Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes) produjo varios programas para el Canal 5, escritos y actuados por José Ignacio Cabrujas y dirigidos por César Bolívar.

 

El interés de Luis Armando Roche por lo popular queda plasmado en la prolífica producción de documentales que deja: La fiesta de la virgen de La Candelaria (1966), Los locos de San Miguel (1966), Víctor Millán (1968), Los tambores de San Juan (1968), Carlos Cruz-Diez, 1923/1977, en la búsqueda del color (1971), El Indio Figueredo (1972), Mérida no es un pueblo (1972), sobre el artista popular Manuel Mérida y donde empezó a mezclar imágenes documentales con dramatizaciones.

 

A la par, produjo varios discos de música popular venezolana: "Bandola oriental" (1973), "Golpe y revuelta" (1974), "Música del llano" (1979) y "Tun tun", disco navideño dirigido por Freddy Reyna en 1980.

 

Fue con su primer largometraje, El cine soy yo (1977), que el nombre de Luis Armando Roche se consolidó en la cinematografía venezolana. El filme cuenta la historia de Jacinto (Asdrúbal Meléndez), personificación del todero venezolano que, junto al niño Manuel (Álvaro Roche) y Juliet (Juliet Berto) recorre el país para proyectar en los más recónditos pueblos el cine, a bordo de un camión pintado como una ballena y adaptado para funcionar como proyector de películas.

 

Sobre esta película dijo el propio Roche: “Me interesa mezclar la realidad y la ficción en todas mis películas. El cine soy yo es el ejemplo más claro de este proceso. Los personajes principales son proyeccionistas: proyectan y se proyectan. Son actores de una película (El cine soy yo) y se encuentran con el mismo equipo que los filmó y que ahora está rodando otra película, o sea, una fragmentación de la realidad: los planos de lo que Jacinto proyecta en la pantalla, lo que sueña, lo que piensa, todo está interrelacionado entre sí”. (Tomado de Cuadernos de Cineastas Nacionales. Fundación Cinemateca Nacional, 2008).

 

A este largometraje siguieron El secreto (1988), Aire libre, que sigue los pasos de los naturalistas Alexander von Humboldt y Aimé Bonpland en Venezuela; Yotama se va volando (2003) y De repente, la película (2011).

 

En 1999 recibió el Premio Nacional de Cine.

 

“La obra de un creador no es sino repeticiones, variaciones sobre sus propias obsesiones”, dijo en 2002 Luis Armando Roche. De allí la coherencia de su obra que, a partes iguales, se centra en los hombres comunes que hacen cosas extraordinarias. Como él mismo lo hizo. La expresión del amor loco, los personajes errantes, los viajeros, el espejo y los sueños, la música y el teatro trazan las líneas de su obra; una obra lúdica, sencilla, honesta que busca sacarle a la realidad lo mucho que tiene de poética.

 

Imposible tratar de resumir una vida tan activa como la que llevó Luis Armando Roche, y que, aparentemente, iba en sentido contrario a su ritmo de producción, más bien pausado. En sus apuntes escribió el cineasta, el artista, que hoy nos deja:

 

“(…) existe otro cine que es el que a mí, y a muchos nos interesa: un cine que, como todo auténtico arte, nos divulga lo más intrínseco y legendario de nosotros mismos. Un cine ‘memoria’ de lo que somos, o para las generaciones futuras, lo que fuimos. Un cine que estimula la capacidad personal de descubrirnos, que sirve como vía de expresión, crecimiento y creatividad. Es vital que este cine sea parte del desarrollo de nuestro país, que dejemos grabada nuestra huella, nuestra ‘memoria’, nuestro cotidiano y nuestros sueños. Es imprescindible fomentarlo, apoyarlo, defenderlo con la misma pasión y respeto con que se estimulan las otras artes tradicionales. Este cine es vital para los que se respetan como seres humanos con identidad propia”.

 

Queda, pues, el pensamiento y la obra de Luis Armando Roche. El cine siempre será él.

@juanchi62